Ayyy… amig@s, la cosa empieza a ponerse seria. Mi cuerpo lleva unas 48 horas recibiendo alimentos extrañamente agrupados, y ya me empieza a preguntar entre horas a qué viene este tipo de bromas, que ya no le hacen tanta gracia.
Bueno, no sé cuanto tiempo voy a tardar en decirle la verdad, y que al hacerlo asuma que la cosa esta de la dietita va en serio, y que los 4 meses se van a cumplir a rajatabla…
Es por eso que cuando mi estómago vio que a la cena volvía a haber plato único y sin pan, ni salsas, ni el espectacular chorizo que siempre nos trae nuestra familia de Os Ánxeles y que yo deboro como si no hubiese un mañana… ¡y lo había sustituido por un pequeñito trozo de pollo cocido y no sé que colorines más!
Ni que decir tiene que mi bandullo (no confundir con mi admirado Victor, que él sí que se cuida, me refiero a mi panza a la que me dirijo de esta cariñosa forma) ya no se rió ni un poquito.
Es más, una hora después, cuando ambos (mi bandullo y yo) nos encontrábamos a solas en la habitación en medio de un silencio sepulcral, como si desde el ruido de fondo ambiental emergiese una psicofonía de la que a duras penas podía entenderse una frase tremebunda…
JaviMOSSSSS… JaviMOOOOOOOOSSSS….
¿A que andas, alma de Dios?
Y… ¡hala! ¡Otra noche que tardo en pegar ojo!
#MalditoBandulloParlanchín
vas tolear! Apertas.
Graciñas Victor… tolo xa estaba!